En la antesala del cónclave, rogamos a María por la Iglesia. Pablo VI, en el discurso a los padres conciliares en la clausura de la tercera sesión del concilio resaltaba este título de la Virgen María, fruto de capítulo VIII de la constitución dogmática sobre la Iglesia.
"Pues todo el influjo salvífico de la Santísima Virgen sobre los
hombres no dimana de una necesidad ineludible, sino del divino beneplácito y de
la superabundancia de los méritos de Cristo; se apoya en la mediación de éste,
depende totalmente de ella y de la misma saca todo su poder. Y, lejos de impedir
la unión inmediata de los creyentes con Cristo, la fomenta". (LG.n.60)
"La Virgen Santísima, por el don y la prerrogativa de la maternidad
divina, que la une con el Hijo Redentor, y por sus gracias y dones singulares,
está también íntimamente unida con la Iglesia. Como ya enseñó San Ambrosio, la
Madre de Dios es tipo de la Iglesia en el orden de la fe, de la caridad y de la
unión perfecta con Cristo. Pues en el misterio de la Iglesia, que con razón es
llamada también madre y virgen, precedió la Santísima Virgen, presentándose de
forma eminente y singular como modelo tanto de la virgen como de la madre.
Creyendo y obedeciendo, engendró en la tierra al mismo Hijo del Padre, y sin
conocer varón, cubierta con la sombra del Espíritu Santo, como una nueva Eva,
que presta su fe exenta de toda duda, no a la antigua serpiente, sino al
mensajero de Dios, dio a luz al Hijo, a quien Dios constituyó primogénito entre
muchos hermanos (cf. Rm 8,29), esto es, los fieles, a cuya
generación y educación coopera con amor materno". (LG.n.63)
(Cf. Lumen
gentium, c.VIII; Discurso de Pablo VI, 21.11.1964; Catecismo de la Iglesia
Católica nn.963-975; Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica nn.
196-199)
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